Entre 1910 y 1920 se vivió en México un proceso caracterizado especialmente por revueltas armadas, reclamos sociales y disputas por el mando político. A este segmento nacional se le ha dado el nombre de Revolución Mexicana y se inicia con el derrocamiento del gobierno de Porfirio Díaz.
Como todo proceso histórico, la Revolución Mexicana trajo consigo cambios en las esferas políticas, económicas, sociales, artísticas y culturales.
En el ámbito literario afloran nuevas expresiones y formas de ver la realidad, así como la transición del país. Algunos de los escritores vivieron de manera directa la batalla, por lo que buscaron la correlación entre su obra y el medio socio-histórico en que participaron.
La autora María de Lourdes Franco expresa que “la literatura no trata de imágenes heroicas y estilizadas sobre la grandeza del indio, su estirpe de monarcas y dioses mitológicos, sino que trata de pintar a un bajo pueblo real, palpitante en toda su crudeza y al mismo tiempo en toda su potencialidad.”
El cuento y la novela fueron las formas narrativas que se desarrollaron como productos estéticos. El cuento de la revolución es consciente de las problemáticas sociales (destaca al pueblo en medio de la miseria, el soldado en baños de sangre, el pelotón que estallaba en medio de las balas, el hambre presente en la mesa del campesino, etc.). La novela de la revolución es hecha de cuadros sucesivos a manera de secuencias fotográficas ya que en la mayoría de los casos son el producto de experiencias directas.
Entre los novelistas más destacados de la revolución se encuentran: Mariano Azuela, Martín Guzmán, Rafael F. Muñoz, José Vasconcelos, Mauricio Magdaleno, Julio Torri, Nellie Campobello y José Rubén Romero.
La primera novela considerada dentro de este género es Los de Debajo de Mariano Azuela.
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