Tradicionalmente se
habla de homonimia cuando se tienen vocablos distintos que coinciden en la
expresión. “El esquema cognitivo virtualmente asociado a la homonimia se
expresa como identidad de formas significantes con significados en principio no
relacionados”[1].
Las palabras homónimas son las que
se pronuncian igual, se escriban o no de la misma manera.
En cuanto a las fuentes de la
homonimia, se habla en primer lugar, de la convergencia fonética. La evolución
fónica provoca que se produzca una confluencia entre signos previamente
diferenciados. Se pueden incluir los casos de yeísmo o seseo (vaya-valla) (cocer-coser).
Además de la convergencia fonética,
otra fuente de la homonimia está dada por la divergencia semántica. Los signos
lingüísticos conocen nuevas aplicaciones que se alejan tanto del significado
primario que llegan a constituir unidades diferentes.
Las unidades léxicas
son totalmente equivalentes en el plano de la expresión (forma) y divergen
absolutamente en el plano semántico. Por ejemplo: la palabra “guagua” en España
quiere decir una “chuchería sin importancia”; en Cuba y Puerto Rico “autobús”;
en Ecuador y Perú “niño de pecho”; en Guatemala “espantapájaros”. Lo que se
muestra con estos ejemplos es el fenómeno de la homonimia. En este tipo de distinciones léxico-semánticas es
posible destacar varias especies de homónimos. El verbo “coger” es frecuente y
estilísticamente neutro en España y algunos países latinoamericanos y significa
“tomar”, “agarrar”, pero está proscrito en muchos países latinoamericanos
(Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Cuba, Perú y México), porque significa
“copular”. Este ejemplo demuestra la importancia del buen conocimiento del uso
latinoamericano de algunas unidades léxicas.
[1]
Serra, Enrique y Wotjak, Gerard. “Cognición y percepción lingüísticas”,
Valencia, España. 2004. P. 80
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